Arequipa se muestra de a poco a los visitantes, primero es una ciudad común, hasta que aparece ese aroma que se desprende de los pueblos que mantienen sus tradiciones. No cuesta encantarse con su gente, sus iglesias, sus casonas antiguas convertidas en museos, universidades o pasajes de exhibiciones. El siglo XIX permanece en las idas de subida y bajada del "cercano".
Arequipa llama al viajero a recorrer los claustros. Fácil es recrear esa visión de mujeres del siglo XVI en la ciudadela de Santa Catalina, ajenas al deseo de compartir sus vidas, ya sea por imposición paterna o , simplemente por un encierro obligado en torno a sus honras.
Arequipa iluminada entrega de noche placeres a los sentidos. La vida corre a pasito lento, la vida se esconde entre cierres de plazas aromatizadas , iluminada en el día por el cielo puro descontaminado, ajeno al de nuestras ciudades cercadas de industrias.
Arequipa, la blanca, la del sillar, hermanada en muchos aspectos con la hermosa Quito nos refresca el alma, nos muestra lo que pueden hacer los pueblos que saben de su valor.
Flora Tristán, se ve envuelta en este enjambre de colores que es Arequipa, aunque a ella no le pareció desde su mirada europea tan hermosa; La Mariscala, aguerrida se deja conocer en su historia; Dominga Gutiérrez aún esconde su paradero , luego de su huida del convento de Santa Teresa.
Arequipa, podría hablar mucho de ti, pero son espesos los recuerdos y hay que despejarlos.
Por ahora, solo digo esto en respuesta a mi visita a la ciudad del sillar.
Arequipa llama al viajero a recorrer los claustros. Fácil es recrear esa visión de mujeres del siglo XVI en la ciudadela de Santa Catalina, ajenas al deseo de compartir sus vidas, ya sea por imposición paterna o , simplemente por un encierro obligado en torno a sus honras.
Arequipa iluminada entrega de noche placeres a los sentidos. La vida corre a pasito lento, la vida se esconde entre cierres de plazas aromatizadas , iluminada en el día por el cielo puro descontaminado, ajeno al de nuestras ciudades cercadas de industrias.
Arequipa, la blanca, la del sillar, hermanada en muchos aspectos con la hermosa Quito nos refresca el alma, nos muestra lo que pueden hacer los pueblos que saben de su valor.
Flora Tristán, se ve envuelta en este enjambre de colores que es Arequipa, aunque a ella no le pareció desde su mirada europea tan hermosa; La Mariscala, aguerrida se deja conocer en su historia; Dominga Gutiérrez aún esconde su paradero , luego de su huida del convento de Santa Teresa.
Arequipa, podría hablar mucho de ti, pero son espesos los recuerdos y hay que despejarlos.
Por ahora, solo digo esto en respuesta a mi visita a la ciudad del sillar.
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