La espera ha sido larga, las mujeres del Altiplano chileno no se diferencian en absoluto de sus vecinas , peruanas y bolivianas, no las amedrenta ni el clima tórrido del día ni la camanchaca que cae severa todas las tardes.
Viven la vida resignadamente, pueblos pequeños, lugares de recuerdos y de alguna concurrencia
turística. Se defienden de estos intrusos ,pero a la vez les necesitan, ya que con ellos su vida puede dar algunos vuelcos.
La paciencia no tiene límites en el altiplano, es como la arena, recorre suavemente los espacios del alma.
Las mujeres del Altiplano son resignadas y están allí como las montañas , firmes, imponentes y hermosas, aunque oculten su rostro. El colorido de sus vestimentas llama la atención al viajero, al igual que sus sombreros, prenda número uno en su elección.
Las mujeres del Altiplano no conocen las ciudades de rascacielos y algunas ,ni siquiera han bajado a los pueblos vecinos. Se mueven entre el andar de las llamas,alpacas y vicuñas; conviven en la plaza y cada una tiene su rincón favorito a la espera de la tarde.
Las mujeres, ya viejas, han visto despedirse a las más jóvenes que no desean esa vida monástica y emigran hacia las ciudades.
Allí permanecerán hasta descansar en la tierra salina, seca y suave que guardará sus pensamientos y anhelos jamás cumplidos.
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